Poca productividad, sin ahorro, y Sánchez al mando

Jose Valle, 17/10/2018    #PRODUCTIVIDAD, #AHORRO, #ECONOMÍA



Imagen: https://www.flickr.com/photos/horrabin/

Cada vez tenemos menos capacidad de ahorro, previsiblemente la productividad no crecerá, o no notablemente y de forma sostenida, porque no se dan las condiciones y tenemos al presidente Sánchez en el timón. ¿Qué puede salir mal? El problema no es del que manda, que también, es de una ciudadanía de zombies que no se acaba de enterar. No se puede sorber y soplar a la vez. Las cartas a los reyes magos las dejamos de escribir algunos con diez años, otros con once, pero seguir en la misma línea a los treinta o una pila de años después de haberse jubilado no es un signo de inmadurez, de desconocimiento, es algo muy nuestro, muy español. 

El estado del bienestar no es un milagro, no es algo que se consiga deseándolo muy fuerte. Es la consecuencia de economías muy poderosas, de largos periodos de creación de riqueza. No es el deseo de cuatro de hacer el bien o de la presión de unos trabajadores encabronados, sencillamente era posible, se daban las circunstancias. Nosotros no somos Suecia, ni Alemania, ni tiene mucha pinta de que lo vayamos a ser nunca. No ahorramos, no producimos como ellos y encima tienen a Papá Noel. A Melchor no se le espera por aquellas tierras. Hasta eso tiene que ver.

En los países del norte de Europa durantes cientos de años se ha ahorrado, se ha concentrado capital, que ha servido para financiar iniciativas propias y ajenas. Desde las guerras europeas del XVI y XVII, hasta los emprendimientos en otros continentes o la creación de un poderoso sector industrial a partir del siglo XVIII. En España se ha ahorrado poco y parece que cada vez menos, excepto algún periodo atípico.

Por esa razón, aquí, el estado del bienestar ha llegado a bastantes, pero no a todos. Concretamente lo disfrutan, como reyes, los que tienen guita y el 70% de los asalariados. Un 80% vive muy bien, porque un 20% vive mal. La mayoría no lo entiende fácilmente, pero la desigualdad es brutal, el efecto acumulado en el patrimonio de la gente que SIEMPRE cobra bien, que tienen la manduca asegurada llueva o truene es impresionante. En el otro lado están los que cuando encuentran trabajo es por unos días, meses en el mejor de los casos, para llevarse algunas migajas. Si los primeros hubieran logrado eso por su calidad como trabajadores, por su valía como seres humanos sería casi hasta justo, pero en buena medida es suerte. Un simple portero que trabaje para algún organismo por 900 euros al mes, tiene una ventaja notable sobre alguien que cobra ocasionalmente 1.500.

En 2016, último año del que hay datos completos en el INE, el salario mediano estaba en 21.000€ para los hombres y 17.000 las mujeres. El medio era de 26.000 y 20.000 euros, respectivamente. Semejante salario da para que en una buena parte de España viva como monarcas, quienes lo perciben, y en las grandes ciudades más que bien. Esas son las personas que ingresando año tras año la friolera de casi medio billón de euros, entre los 18 millones de trabajadores que son, unos consumen, acumulan bienes y especulan con propiedades inmobiliarias. Nada que objetar.

Permítaseme un paréntesis, porque lo de la inversión inmobiliaria explica tanto la subida del precio de la vivienda, como el encarecimiento de los alquileres dado que se invierte con un fin especulativo, por la alta demanda existente. Y es que es esa razón sobre un parque de millones de viviendas, la que empuja los precios al alza, no la compra de unos cuantos miles, en condiciones más que ventajosas, que acaban en manos de los fondos "buitre". Esa es la realidad, la cruda, la de los números, la gente que puede, comprando viviendas, hace que suban los precios. Lo demás es estar desinformado o hacerse el ciego.

Así las cosas, con una productividad de las más bajas de occidente, es normal que el sistema no funcione y la brecha crezca imparable. Otra cosa sería un milagro, y esos solo ocurren puntualmente como en los 60 o en el primer decenio de este siglo. No se puede cobrar bastante más de lo que se produce durante décadas porque el sistema se torna insostenible. ¿Y cómo es esto posible? Porque en España las plantillas son intocables.

El sistema laboral hace que echar a un trabajador sea casi imposible, habiendo llegado a situaciones tan peculiares, muy españolas, como las de las jubilaciones anticipadas. Eso provoca que las empresas tengan un coste del trabajador tanto cuando estando dentro no produce, como cuando termina la relación productiva. Un disparate que pagan... ¿lo adivinas? sí, los que entran por abajo. Así ya se está repitiendo la situación en empresas que no llevan ni veinte años en el mercado, como algunas de telecomunicaciones muy conocidas.

Si a peores salarios para los que llegan y las condiciones idílicas para los más mayores le sumamos las pensiones, el efecto es demoledor. Así nos encontramos con un déficit de casi 20 mil millones ¡¡AL AÑO!! No llegan suficientes trabajadores nuevos, que tienen peores salarios, porque la competencia laboral es altísima, porque no hay nuevas empresas que se quieran instalar en este carajal, las que hay no invierten, se lo come todo alimentar a lo que tienen en casa y los que salen, los hijos del baby boom, lo hacen a millones y con salarios altísimos. 20.000 millones que previsiblemente crecerán por encima del 4% anual. Un suicidio requeteanunciado.

Ahora para terminar de cerrar el círculo que nos lleva de nuevo a una tormenta perfecta, que nos encaminará a otra prolongada crisis, añadimos inseguridad para las empresas, con leyes-ocurrencia, y sumamos un coste mínimo por trabajador no cualificado, que pasará de los 13.000 euros a 18.000 muy poco tiempo. Eso no será problema porque sencillamente se ajustarán las plantillas.

La empresa que pueda mejorará sus procesos y productividad, afinando y reduciendo su plantilla. La que no pueda aguantar cerrará y los que no tengan otra salida, a la economía sumergida. Millones de personas serán incontratables porque lo que saben hacer no justifica un coste de 18.000€ al año. Y luego nos preguntaremos qué ha pasado. 

Pero es que no hay fórmulas mágicas. Solo funcionan las que lo han hecho siempre, las del ahorro, la mejora de la productividad, la inversión en actividades que tienen futuro, en las que no se puede porque el dinero se lo come, lo que se lo come. De las ocurrencias o del mismo diagnóstico absurdo repetido durante décadas, de las mismas soluciones que no aguantan ni una suma con los dedos, surgen los mismos problemas irresolubles, otra vez. Cuando en una economía globalizada y que cada día lo estará más, en un país totalmente alejado de la realidad, no se dan las condiciones para hacer negocios no se hacen. Punto. 

Los negocios seguirán cerrando, las tiendas desaparecerán de los barrios, y también los que sigan haciendo lo de siempre. Aquí quedará todo aquello que tenga que ver con nuestro propio sustento, servicios, o plantar tomates, hacer vino, atender a los turistas y a los mayores. Y cómo no produciremos suficiente riqueza para mantenernos seguirá polarizándose la sociedad, económica y políticamente.

Incluso esas capas de “trabajadores” acomodados, de pensionistas con la paguita segura, lo sufrirán. Unos pagando costes cada vez más altos por servicios, porque es la única forma de soportar sueldos imposibles, sacándoselo del bolsillo vía impuestos, inflando el precio del pan o de la entrada del cine.

Todo está conectado ¿tanto cuesta entenderlo?

 




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